LLAMA A MARÍA



Buscad en España una ciudad, un pueblo, una aldea, un caserío sin una imagen de María, no le hallaréis, no; es imposible que exista pueblo alguno en nuestra España, en que no se dé culto a una de las infinitas invocaciones de María, como es infinita su misericordia para con el pecador.

Fiesta de la Natividad de María en pueblos y ciudades, aldeas y barriadas, que llena de alegría el corazón al festejar a la Señora con innarrables placeres, cual los que salen del fondo del alma para subir puros del contacto del hombre al solio de la Pura Inmaculada. Las historias no nos dicen cuándo comenzó a ser fiesta mayor la Natividad de la Virgen, pero su culto y su devoción, su amor y entusiasmo podemos decir que es tan antiguo en nuestra patria, como lo es el cristianismo. La idea y adoración al Verbo humanado, al Hijo de Dios, va tan unida al culto de María, que podemos decir que son devociones unidas, tan fuertemente unidas, como la Madre y el Hijo en su purísimo amor.

La Iglesia en sus cánticos nos lo dice; María trajo el regocijo al mundo como su Hijo trajo la verdad, y su nacimiento fue el del sol de la justicia que llevó en su seno. Por eso el culto y amor a María, esperanza de la humanidad, es tan unánime en España: su culto, lleno de amor y de esperanza, es la alegría del humano corazón, y por eso España, tan amante y privilegiada por la Purísima María, es su protectora, su consuelo y esperanza y su culto y amor el de toda la tierra que en Ella espera, ama y confía desde antes de su declaración dogmática por nuestro Santo Padre Pío IX en nuestros días.

Por eso su dulce nombre ha inspirado a nuestros más famosos poetas y pintores, por eso el arte la ha tenido como pura fuente de inspiración y veneración a su excelsitud, y por Ella, por su amor nos han colocado siempre nuestras madres bajo su amparo y protección en nuestra niñez, y a Ella han rezado en nuestra juventud para libertarnos de los peligros y extravíos, y por Ella, por su dulce nombre, conserva en nuestros corazones la fe y amor con que nuestras madres nos enseñaron a balbucear las primeras oraciones y a bendecir e invocar su puro y dulce nombre, cuando nos decían llama a María, Madre de todos nosotros los desterrados en este valle, ruega por nosotros, consuelo de los tristes, amparo del pecador.

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes 






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